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Colección de Poesía UN: Libro Inédito

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Breviario de Santana, premio nacional de literatura en el año 2007, escrito por Fernando Herrera Gómez, es el más reciente título de la Colección de Poesía de la Universidad Nacional en su categoría de libro Inédito.


Con poesía se nombran los hallazgos

Por, Nathaly Díaz Cruz


¿Dónde se encuentra Santana? ¿Cuál es ese pueblo descrito por Fernando Herrera, que bien podría ser cualquier región colombiana y a su vez ninguna?

Breviario de Santana guarda las impresiones de un lugar inexplorado y detenido en el tiempo, marcadas con la inocencia y el encanto del que sólo puede ser víctima aquel forastero escapado de un lugar frío, caótico y ruidoso. Es Fernando quien descubre el lenguaje para nombrar, como por vez primera, la vida en el campo, en el río, la montaña o el camino. Su mirada, su voz diáfana transmite la perfección de los detalles, de la sencillez de la naturaleza y las labores humanas, alejadas de intenciones egoístas: La siega, el riego, la herrada.

Al leer este Breviario uno termina con los ojos ahogados en paisajes, el alma llena de ternura y la memoria de recuerdos no vividos, de personajes existentes aunque ajenos a nuestra realidad de reloj y celular en el bolsillo: Juanito, el caballo que tira de la carreta, Rex, el compañero que ladra las caminatas, el Tío Álvaro, quién ve con las manos, y los niños-hombres camuflados, que están aunque no lo parezca.

Quizás sea Santana el equivalente de Comala en la poesía, pues es imposible no evocar a Juan Rulfo y la delicadeza de su Pedro Páramo cuando se lee este Breviario de Fernando Herrera. Quizás las similitudes correspondan a que, parafraseando a Ernesto “El Che”: Latinoamérica es un solo pueblo.


JUANITO

De madrugada puede oírse el tintineo de los arneses junto con el estruendo de la carreta metálica que sale por el camino a dejar las cantinas de la leche en la portada. Juanito es el caballo que tira de la carreta. Es un potro percherón de color oscuro entre castaño y moro, de patas gruesas y peludas y de cuello colosal. No hace mucho lo trajeron. Es de una nobleza y mansedumbre extraordinarias que sólo se alteran cuando alguna yegua pasa cerca, y entonces relincha con vigor abriendo los ollares. Me tocó ver cómo lo pusieron a tornear en el bramadero una tarde. Alcanzó a golpearse mientras se acostumbraba, pero en cosa de media hora ya sabía girar en ambos sentidos con la mayor naturalidad; luego, poco a poco, fue aprendiendo y en algo más de una semana ya estaba tirando de la carreta. Hay que ver con qué energía trabaja en el campo, cómo levanta las manos rítmicamente y enarca el cuello majestuoso mientras arrastra tras de sí los pesados instrumentos de labranza.

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