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Tres rosas rojas y una botella de cognac

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E. A. Poe: Vidas y Obras


De El ático para Allan Poe


“La muerte y la locura fueron los símbolos de que éste se valió para comunicar su horror de la vida; en sus libros tuvo que simular que vivir es hermoso y que lo atroz es la destrucción de la vida, por obra de la muerte y de la locura. Tales símbolos atenúan su sentimiento; para el pobre Poe el mero hecho de existir era atroz.”
Jorge Luis Borges

Hoy el mundo celebra “el bicentenario” del nacimiento de Edgar Allan Poe y se vuelve a rumorar, se habla entre dientes no solo de sus letras publicadas y leídas sino de las contadas voz a voz, la otra literatura que dejó Poe como huella imborrable sobre el asfalto de la ciudad, en las escalinatas de las universidades, en los cinemas, en las novelas, en las fogatas y en todas las noches del mundo. El misterio que ha surgido en torno a su figura ha sido tal que uno llega a encontrar personas que hablan de él como si aún estuviera vivo y se hablaran por teléfono o como si Poe fuera Bogotano y le gustara frecuentar alguna tibia fonda de la candelaria y hay tantas versiones de su vida y de su muerte que se escuchan por ahí que uno termina armando el rompecabezas o se siente perdido como en el enigma de El escarabajo de Oro. Recuerdo una amiga que dijo alguna vez que llegó a pensar por un momento que Poe era negro, y estos días me ha parecido una coincidencia extraña el bicentenario de Poe y la posesión de Obama. Dirá ella que se trata de una reencarnación y posiblemente surgirá otra versión cuando haya un apagón en la casa o se quiera disertar sobre el color en la literatura, “el color local” dirán en Estados Unidos.
Las fotos que se han colgado por estos días en los Blogs y periódicos con motivo del bicentenario son ejemplo de estas realidades dispersas, rostros variados del escritor, múltiples versiones de su mirada. En algunas lo vemos flaco, con ojeras y Bigote, con un peinado que pareciera cubrir su inminente calvicie, un leve gesto de desazón en sus pómulos y el acostumbrado pañuelo amarrado a su cuello, en otras se le ve sonriente, diligente, con la barba creciendo bajo sus orejas y vestido impecable. Así es la vida a veces negra, a veces color rosa dice la canción. Pero la imagen de Edgar Allan Poe sigue siendo una metamorfosis constante, desde lo que se dice y cuentan las malas lenguas en las calles y ascensores hasta lo que uno se imagina después de leerlo y caer en cuenta que se trata de literatura. Personaje de múltiples historias y motivo de misterio para muchas generaciones. Historias que se enlazan desde un pasado borrachín y opiómano, con pasados de juicio académico y crítica literaria constantes, hasta una presencia musical y oscura que recubren la vida de Allan Poe como influencia de posteriores hazañas estéticas, literarias, musicales, pictóricas… y etílicas dirán otros.
Una de las historias y metamorfosis que más matices ha tomado es la de su muerte a los cuarenta años. Algunos dicen que fue descubierto sobre la vía férrea de Boston, cuatro días después de una cruel borrachera que lo dejó tendido allí hasta que la nieve lo cubrió. Otros dicen que lo vieron vagando por las calles de Baltimore con ropas que no eran las suyas, hasta que murió en el hospital incapaz de recordar nada de lo sucedido, acrecentando su leyenda negra. Otros hablan de suicidios macabros, debidos al recuerdo de sus padres quienes fallecieron cuando era un niño, o por el amor que sintió por una pariente suya muy cercana y prohibida, y se pueden extender aún más las versiones y los vericuetos que enmarcan la vida de este hombre, y aún así llegaremos a la conclusión que su vigencia nos deja: Allan Poe tiene doscientos años en este mundo, en los otros no ha muerto, hasta su tumba es una de sus obras. Su literatura parece haber trascendido otros umbrales. Mientras algunos poetas “malditos” fueron simplemente encasillados en los anaqueles con ese odioso apellido, Allan Poe es considerado como uno de los maestros de la narrativa contemporánea y el relato policial. Amado por los santos y por los demonios, Poe ha creado una literatura que arde y se prolifera como una ceremonia de los espejos en los que nos vemos consumidos. Sigue existiendo, pisando la oscuridad, hallando sombras, invadiéndonos las arterias y la noche.
Jorge Valbuena

Poe... Sía

ANNABEL LEE

Hace de esto ya muchos, muchos años,
cuando en un reino junto al mar viví,
vivía allí una virgen que os evoco
por el nombre de Annabel Lee;
y era su único sueño verse siempre
por mí adorada y adorarme a mí.
Niños éramos ambos, en el reino
junto al mar; nos quisimos allí
con amor que era amor de los amores,
yo con mi Annabel Lee;
con amor que los ángeles del cielo
envidiaban a ella cuanto a mí.
Y por eso, hace mucho, en aquel reino,
en el reino ante el mar, ¡triste de mí!,
desde una nube sopló un viento, helando
para siempre a mi hermosa Annabel Lee
Y parientes ilustres la llevaron
lejos, lejos de mí;
en el reino ante el mar se la llevaron
hasta una tumba a sepultarla allí.
¡Oh sí! -no tan felices los arcángeles-,
llegaron a envidiarnos, a ella, a mí.
Y no más que por eso -todos, todos
en el reino, ante el mar, sábenlo así-,
sopló viento nocturno, de una nube,
robándome por siempre a Annabel Lee.
Mas, vence nuestro amor; vence al de muchos,
más grandes que ella fue, que nunca fui;
y ni próceres ángeles del cielo
ni demonios que el mar prospere en sí,
separarán jamás mi alma del alma
de la radiante Annabel Lee.
Pues la luna ascendente, dulcemente,
tráeme sueños de Annabel Lee;
como estrellas tranquilas las pupilas
me sonríen de Annabel Lee;
y reposo, en la noche embellecida,
con mi siempre querida, con mi vida;
con mi esposa radiante Annabel Lee
en la tumba, ante el mar, Annabel Lee.
Versión de Carlos Obligado


LA DURMIENTE

Era la medianoche, en junio, tibia, bruna.
Yo estaba bajo un rayo de la mística luna,
Que de su blanco disco como un encantamiento
Vertía sobre el valle un vapor soñoliento.
Dormitaba en las tumbas el romero fragante,
Y al lago se inclinaba el lirio agonizante,
Y envueltas en la niebla en el ropaje acuoso,
Las ruinas descansaban en vetusto reposo.
¡Mirad! También el lago semejante al Leteo,
Dormita entre las sombras con lento cabeceo,
Y del sopor consciente despertarse no quiere
Para el mundo que en torno lánguidamente muere

Duerme toda belleza y ved dónde reposa
Irene, dulcemente, en calma deleitosa.
Con la ventana abierta a los cielos serenos,
De claros luminares y de misterios llenos.
¡Oh, mi gentil señora, ¿no te asalta el espanto?
¿Por qué está tu ventana, así, en la noche abierta?
Los aires juguetones desde el bosque frondoso,
Risueños y lascivos en tropel rumoroso
Inundan tu aposento y agitan la cortina
Del lecho en que tu hermosa cabeza se reclina,
Sobre los bellos ojos de copiosas pestañas,
Tras los que el alma duerme en regiones extrañas,
Como fantasmas tétricos, por el sueño y los muros
Se deslizan las sombras de perfiles oscuros.

Oh, mi gentil señora, ¿no te asalta el espanto?
¿Cuál es, di, de tu ensueño el poderoso encanto?
Debes de haber venido de los lejanos mares
A este jardín hermoso de troncos seculares.
Extraños son, mujer, tu palidez, tu traje,
Y de tus largas trenzas el flotante homenaje;
Pero aún es más extraño el silencio solemne
En que envuelves tu sueño misterioso y perenne.
La dama gentil duerme. ¡Que duerman para el mundo!
Todo lo que es eterno tiene que ser profundo.
El cielo lo ha amparado bajo su dulce manto,
Trocando este aposento por otro que es más santo,
Y por otro más triste, el lecho en que reposa.

Yo le ruego al Señor, que con mano piadosa,
La deje descansar con sueño no turbado,
Mientras que los difuntos desfilan por su lado.
Ella duerme, amor mío. ¡Oh!, mi alma le desea
Que así como es eterno, profundo el sueño sea;
Que los viles gusanos se arrastren suavemente
En torno de sus manos y en torno de su frente;
Que en la lejana selva, sombría y centenaria,
Le alcen una alta tumba tranquila y solitaria
Donde flotan al viento, altivos y triunfales,
De su ilustre familia los paños funerales;
Una lejana tumba, a cuya puerta fuerte
Piedras tiró, de niña, sin temor a la muerte,
Y a cuyo duro bronce no arrancará más sones,
Ni los fúnebres ecos de tan tristes mansiones
¡Qué triste imaginarse pobre hija del pecado.
Que el sonido fatídico a la puerta arrancado,
Y que quizá con gozo resonara en tu oído,
de la muerte terrífica era el triste gemido!


UN SUEÑO

¡Recibe en la frente este beso!
Y, por librarme de un peso
antes de partir, confieso
que acertaste si creías
que han sido un sueño mis días;
¿Pero es acaso menos grave
que la esperanza se acabe
de noche o a pleno sol,
con o sin una visión?
Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueno.
Frente a la mar rugiente
que castiga esta rompiente
tengo en la palma apretada
granos de arena dorada.
¡Son pocos! Y en un momento
se me escurren y yo siento
surgir en mí este lamento:
¡Oh Dios! ¿Por qué no puedo
retenerlos en mis dedos?
¡Oh Dios! ¡Si yo pudiera
salvar uno de la marea!
¿Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueño?

Versión de Carlos Arturo Torres

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